Diosa Mujer

miércoles, 4 de mayo de 2011

Esto también pasará

En un extenso país, mucho más allá del mar, vivía antaño un poderoso rey. Durante su largo reinado el país, antes empobrecido se convirtió en un floreciente reino.
En las calles de las aldeas y ciudades se desenvolvía una actitud viva. Personas  satisfechas y sanas se dedicaban a su trabajo y disfrutaban de la vida. Las ciudades y casa emanaban seguridad y sus opulentos jardines estaban llenos de frutas y de grandes árboles, en cuya sombra la gente descansaba y celebraba sus fiestas.
Y así sucedió que el rey era venerado cada vez más como gran soberano y guía sabio. Sin embargo, el monarca estaba cada vez más insatisfecho. Lleno de impaciencia cumplía con sus deberes y a menudo divagaba en sus pensamientos o se perdía en el laberinto de sus sentimientos.
Oscilaba continuamente entre la alegre actividad y la desesperada preocupación por el futuro, sin poder descubrir el motivo que desencadenaban estas sensaciones. Todo su poder no pudo evitar que estuviera desvalido en manos de sus caprichosos sentimientos. Empezó  a sentir temor a las enfermedades y a la soledad, y los sentimientos sobre la muerte no le dejaban dormir ni una noche. Si bien algunos días se sentía feliz cumpliendo su obligación, no pasaba mucho tiempo hasta que sus sentimientos se tornaron grises. No tenía control sobre ellos. Finalmente, consultó con los hombres y mujeres más sabios de su país.
“Oíd”, les dijo, “busco un medicamento que me recuerde la alegría de vivir cuando me encuentro triste y veo el mundo sin brillo ni música. Pero a la vez debe tener el efecto de recordarme la vanidad y la muerte cuando la vida sea más bonita que nunca. No quiero seguir siendo el juguete de mis sentimientos. Encontrad la llave que me haga sosegado y tranquilo”.
Los sabios eran filósofos, jueces, sanadores y monjes. Buscaron durante varios días y noches pero no encontraron ningún remedio, medicamento o sabiduría para satisfacer los deseos del rey.
Finalmente mandaron un mensajero a las montañas en busca de un ermitaño santo ¿Quién, si no él, podía seguramente encontrar una solución? Pocos días después, el mensajero volvió. Le entregó al rey un modesto  y sencillo anillo, adornado con una piedra de cristal en el centro. El mensajero repitió una a una las palabras que el santo ermitaño le había mandado a decir al rey:
“Debajo de esta piedra de cristal está escondida la respuesta. Pero resiste la tentación de quererla leer ahora. Sólo debes mirar debajo de la piedra cuando todo te parezca estar perdido y tú ya no encuentres  salida alguna. Solamente cuando tu desconcierto sea total y tu dolor y desesperación insoportables, cuando tú mismo estés completamente desamparado, entonces abre el anillo. Sólo entonces y en ese momento comprenderás”
Y aunque todo el mundo se extrañó, el rey se conformó con esto y cumplió las instrucciones del ermitaño, a pesar de su curiosidad y de que se sentía a menudo desesperado.
A veces creía que había llegado la hora que cumplía las condiciones. Pero siempre encontró de alguna forma otra salida.
Un buen día estalló abiertamente un conflicto pendiente desde hacia tiempo con un país vecino muy poderoso. El ataque fue tan inesperado, que cualquier defensa parecía inútil; por esto, el rey huyó con su familia sin poder llevarse nada de su riqueza.
A partir de entonces se convirtieron en fugitivos. Muchas veces llegaban a situaciones difíciles y muchas, muchas veces el rey creyó que se cumplían las condiciones para poder mirar debajo de la piedra en su dedo. Pero nunca lo hizo.
Las fatigas de la fuga lo obligaron a dejar atrás a la familia. Hambre y enfermedades fueron sus acompañantes perennes y le arrebataron a la mayoría de sus soldados. La situación se volvía cada vez más desesperada. Se arrastraban penosamente cuando de repente escucharon los gritos triunfales de sus enemigos, directamente detrás de ellos. Con sus últimas fuerzas, el rey escaló un despeñadero y se adentró en una garganta estrecha. Casi le parecía sentir el aliento de sus enemigos en su nuca. Su temor se hizo insoportable. Y entonces llegó inesperadamente al borde de un abismo profundo. Tenía una profundidad inimaginable, a la derecha e izquierda rocas empinadas y detrás el enemigo. Ahora había llegado el momento. Esto era el final; ya no tenía absolutamente ninguna opción. Desesperado, abrió el anillo y leyó:
“¡ESTO TAMBIÉN PASARÁ!”
Apenas había leído el mensaje, se tranquilizó inmediatamente. Miró a su entorno con atención y descubrió una grieta estrecha en la roca. Con gran esfuerzo se escondió dentro de la grieta. No había tiempo para más, porque los enemigos se precipitaban al lugar donde había estado. Al ver las paredes empinadas y el precipicio creyeron que el rey se había lanzado al abismo y que estaba definitivamente vencido y muerto. Gritando salvajemente de alegría se alejaron galopando.
El rey, sin embargo, se puso en marcha para reunir a su desbaratado ejército, esparcido a los cuatro vientos, y a sus partidarios.
Y la suerte le sonrió. En un ataque nocturno imprevisto reconquistó su país y volvió a instalarse en palacio, con gran júbilo de su pueblo.
La gente celebró su retorno con alborozo. Por las calles se desplazaba la multitud bailando y agitando banderas. Cantaban himnos lanzaron fuegos artificiales maravillosos en honor de su amado rey.
Loco de contento, el rey observó los festejos de su pueblo. Su corazón parecía casi partirse de felicidad y alegría. Y entonces su vista se fijó en el anillo.
“¡También esto pasará!”, pensó. Y enseguida sintió que le invadía un gran sosiego. Mientras su mirada erraba por las lejanas montañas apareció en su rostro una sonrisa pensativa…
Muchas veces no nos damos cuenta que aceptar el mensaje de éste sencillo cuento hindú, es lo único que nos permitirá ser realmente felices y disfrutar plenamente. Todo cambia y se transforma, nada permanece para siempre. Lo único que existe es el presente. Ese efímero momento del ahora.
Sí el frío arrecia, pensamos que nunca llegará el sol, nos desesperamos y sufrimos por nuestro infortunio y mala suerte de no tener con que cubrirnos; sin embargo, cuando finalmente llega el sol con todo su calor, nos regodeamos en él y en la suerte que tenemos de que nada nos cubra y nos quite su brillo; pero, en un rato, estamos tan abrumados con el calor que nos quejamos de nuestro infortunio de no tener una sombra fresca; hasta que vuelve a llegar el frío.
Cuando somos infelices, somos infelices y cuando somos felices, somos felices no podemos hacer nada al respecto, más que vivir al máximo el tiempo que dure en ésta dimensión. Todas las situaciones, las emociones, las ideas, las personas y hasta las culturas, nada es perenne. Sólo el cambio. 
Todo forma parte de un proceso, un engranaje perfecto de elementos que se transforman, se entrelazan mutuamente y reaccionan entre sí dentro de un caleidoscopio de posibilidades. Y que aunque en éste plano todos estemos sujetos a la rueda sin fin de la vida- muerte-renacimiento, el amor con que podamos disfrutar de todo lo que nos sucede, permite que valga la pena seguir en ella… al fin que ¡Ésta, también pasará!